Ver con los ojos abiertos
Cómo la fotografía me ha enseñado a ver la belleza que existe en toda la creación
“Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa.” (Romanos 1:20, NVI)
Contrastes
Me imagino que todos hemos escuchado algo parecido a la idea de que alguien puede mirar sin ver, comer sin saborear, tocar sin sentir, oír sin escuchar, etc... La filosofía tras todos estos contrastes es lo mismo: podemos consumir o experimentar algo sin realmente vivir y entenderlo.
Y estamos perdiendo algo muy importante cada vez que nos pasa: la necesidad de estar presente y estar pendientes para en verdad percibir al mundo a nuestro alrededor. Digo “la necesidad” porque Dios nos creó para vivir en el presente. De hecho, es el único momento en el cual podemos vivir, y el único momento en el cual podemos conocerlo a Él. Si estamos operando en modo “piloto automático”, estamos tan solo existiendo en vez de realmente vivir.
Aunque aplica a toda área de nuestras vidas y a todos nuestros cinco sentidos, como que me toca escribir sobre la fotografía el día de hoy creo que me basta con enfocar en lo visual: tenemos que aprender a ver con los ojos abiertos.
¿Será que hay belleza aún aquí?
Hace algunos años escribí a unos de mis amigos quien es filósofo acerca de la belleza sobre la idea de “la pobreza estética”, o, en otras palabras, el vivir rodeado de un entorno que se podría llamar “feo”. Para alguien viviendo en una favela o una comunidad marcada por polución o en una “jungla de concreto” (cómo algunos han llamado areas super-urbanizadas aquí en los Estados) o hasta incluso una suburbia de casas iguales construidas con la eficiencia y no la estética en mente que parecen más a una distopía comunista que a un vecindario, ¿qué sería el impacto de ese entorno “feo” en su autoestima y su percepción de autonomía?
Esta conversación pasó durante la pandemia, y en aquel momento creo que estaba lidiando con algo de amargura hacia mi realidad. Claro, el estrés de la pandemia afectó a todos, y resultó en muchos sentimientos de enojo, confusión, frustración, tristeza, miedo, y desesperación. Durante todo el primer año de la pandemia vivía en una cabañita chula, pero atrás de mi casa había un arroyo muy contaminado que apestaba a veces y en frente de mi casa pasaban mucho tiempo arrastrando lo que antes era un campo hermoso para caballos y vacas para poner una cancha sintética con una motoniveladora que sacudía mi pobre cabañita y hacía que las ventanas se estremecían en sus marcos. Y no podemos olvidar el “BEEP BEEP BEEP” que hacía entre cada paso. Todo. El. Día.
Podríamos decir que mis nervios estaban fritos, y ya no aguantaba mi entorno y no podía ver la posibilidad de que la belleza existía en buena medida en mi situación actual, e imaginaba que los que me rodeaban estaban sufriendo sin reconocerlo por causa de su pobreza estética.
Pero la verdadera pobreza estética existía solo en mi percepción, no en la realidad. Por mi amargura y estrés y falta de entendimiento, estaba ciego a “la gracia común”, manifestándose en la belleza visual que es casi imposible de destruir por completo a pesar de nuestros mejores esfuerzos.
Y luego, mi hermano me regaló una cámara.
Mi Minolta.

A que alguien te pasara una caja con está cámara de Minolta adentro, creyeras tal vez que fuera un ladrillo. A comparación con muchas cámaras sin espejo de hoy en día, es pesada, tosca, y difícil de usar. Es de alrededor de 1970, y utiliza cartuchos de película de 35mm. Para re-aprender la fotografía, podríamos decir que no era la herramienta más eficiente.
Pero para mí, era mágica.
No la podía dejar de usar, y con el tiempo, me di cuenta que mi percepción estaba cambiando, y estaba aprendiendo a ver con mis ojos abiertos. Así empezaba a notar la belleza que me había estado rodeando todo el tiempo. ¿Sabías que muchas sombras tienen una tinta azulada? Yo no lo sabía, o al menos, no lo había notado conscientemente. Comenzaba a ver al mundo por medio de un objetivo de 50mm, y así a ver todo lo que me rodeaba como una composición posible. Veía color y luz y sentimiento y forma. No podía ni caminar en la calle sin entretenerme en buscar composiciones.
De la misma manera, la fotografía redimía para mí mucho de lo que había considerado “feo”. Ahora pienso que, aparte de las blasfemias que directamente deshonran a Dios, tal vez ni las peores de nuestras creaciones feas puedan ser vistas como sumamente feas, porque también aquellas barbaridades de arquitectura o marketing o lo que sea reflejan la luz del sol glorioso y penetran nuestras pupilas con colores que el Creador ha dejado en la paleta de su creación.
¿Quién puede negar la estética única de los cables colgando suavemente en parábolas perfectas, recortando los atardeceres coloridos en piezas con sus siluetas negras y delicadas? ¿O la manera en que los colores complementarios sin falla se lucen bien, hasta incluso cuando el sujeto sea, por ejemplo, una lata azul aplastada y tirada descuidadamente encima de unas hojas anaranjadas que han caído de un árbol en medio del otoño?
Para mí, los retratos siempre han sido mi “pan y mantequilla.” Y al ver y tomar retratos, te das cuenta que no es específicamente la delgadez y muscularidad o los rasgos simétricos que constituyen un buen retrato. Es la historia que cuentan; la emoción en los ojos; el entorno que te pinta una idea de su vida; las arrugas en las esquinas de los ojos de un ser querido que te hagan sentir la felicidad que el sonido de su risa provoca.
Cada ser humano es bello de su forma, y aunque no se puede capturar todo eso en una fotografía, creo que nuestros corazones muchas veces reconocen algo que va más allá de la percepción de nuestros ojos. Logramos superar la superficialidad de mirar a alguien cuando tomamos el tiempo de realmente verlos.
Abríte los ojos
Este post no es para decir que necesitas comprarte una cámara analógica (y mucho menos para provocar un debate entre digital y analógica) para poder comenzar a ver la belleza que te rodea. Más bien, es para impulsarte a que persigas con fervor la belleza rebosante que está escondida a plena vista. Que abras tu boca, tu nariz, tus ojos, tus manos, y tus oídos para darte cuenta de que Dios es bueno y su creación, aún en este mundo caído, sigue manifestando las huellas del creador.
Creo que hay mucha paz que está a nuestro alcance cuando estamos abiertos para recibir la gracia común que sigue existiendo en este mundo.
La fotografía me ha inspirado a crear también. Por supuesto, si estamos creados a la imagen y semejanza de nuestro Creador, eso implica que nosotros mismos somos seres creativos también, ¿no? Todo arte puede exponernos a la belleza que persiste en la realidad fugaz del presente.
Mejor que te pongas a crear algo hoy, o, al mínimo, a salir a caminar. Si andas con tus ojos abiertos—realmente abiertos—tal vez verás que estás rodeado de más gracia y más belleza de lo que habías creído posible.
¿Qué tenes que perder?
Love it, Levi. I'm glad you're writing on here. Keep it up!
Qué hermoso, Levi. Me fascinó. Sos artista, poeta, y—sobre todo—lleno de gracia y amor (frutos de Jesucristo). Que siempre nos fascinen las cosas simples de esta vida; y cuando se nos falte la hermosura debido a las injusticias grandes grande y pequeñas, que tengamos los ojos para verlo a nuestro Criador que gime con nosotros para la transformación de este mundo hacia su hermosura perfecta (Rom 8).